-Bleach: Final Judgement-
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     Algo que escribi en un momento de paranoia XDD

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    MensajeTema: Algo que escribi en un momento de paranoia XDD   Algo que escribi en un momento de paranoia XDD EmptyVie Feb 20, 2009 1:10 am

    Era un día de lluvia como ni los más viejos recordaban. Los torrentes bajaban por las empinadas calles de la ciudad de Belsega hasta formar un gran charco en la plaza principal en algunos casos y salir hasta las murallas de la ciudadela en otros, pero no osaban introducirse en las casas, pues los ingeniosos habitantes de la ciudad habían dispuesto láminas de algún metal entre las puertas de madera maciza sin imposibilitar la futura salida de sus viviendas, pues las puertas se abrían hacia adentro. Nadie osaba poner un pie en las calles bajo esa lluvia acompañada de un viento endiablado, que azotaba sin piedad el terreno, agitando los árboles de las afueras de la ciudad. Nadie salvo, aparentemente, un simple viajero llamado Hathan que, habiendo tenido que colarse en la ciudad a hurtadillas – cosa que no le fue difícil, dado que los guardias estaban dentro de unas cabinas dispuestas de forma que se pudiese ver lo que pasaba por las puertas de la cuidad sin salir de las mismas, buscaba sitio en donde cobijarse. El hombre, que llevaba una capa de viaje de color negro gastada, seguramente por el uso, y unas mallas que, aunque holgadas, se ajustaban bastante bien a sus musculosas piernas. Pero quizá lo que más destacase en aquél hombre era que tenía un enorme bulto en la espalda, que le obligaba a encorvarse, quizá por el peso del mismo.
    Así pues, Hathan se escondía bajo las cornisas de las casas, salpicadas de luz gracias a los candiles de aceite que estaban colgados de las paredes cada cinco o seis metros; así se protegía, al menos, de la lluvia que caía con profusidad, azotando el pavimento adoquinado en aquella calle principal. Desesperadamente buscaba algún edificio que desprendiese alguna luz, pues eso le daría a entender que era una posada. No quería pasar la noche al raso, no debía hacerlo, ni tener que salir de la ciudad, nuevamente a hurtadillas, con esa lluvia para buscar refugio en cualquier cueva de las afueras ya que, aunque era buen aventurero, no podría encender un fuego con el aguacero que estaba cayendo y no osaría a aventurarse en la primera cueva que encontrase sin una antorcha para espantar a la bestia que, a juzgar por el aguacero, probablemente se cobijaría en la misma. Tras casi media hora de caminata, en la que apenas recorrió tres calles mal contadas, pues caminaba contra la corriente que formaban los torrentes y contra el viento, que casi le arrastraba hacia atrás, pudo ver un rótulo de una marmita con troncos debajo y la cabeza de lo que parecía ser un dragón – nunca había visto ninguno, pero había escuchado descripciones de ellos en las historias que los trovadores contaban en las posadas – boca abajo, como si fuese a caer dentro de la misma. Encima, unas letras talladas sobre el metal le decían que se encontraba en la posada «El Dragón Cocido». Sacando fuerzas de flaqueza, pues llevaba casi todo el día caminando y la lluvia no ayudó demasiado a aliviar su carga, se apresuró a llegar a la puerta de la posada, que estaba a unos cinco metros. Pese a la proximidad, le costó casi dos minutos llegar hasta la puerta de la posada, pues la tormenta arreciaba, dificultando más la marcha de Hathan, que tras recorrer esos cinco metros subió los tres escalones – imprescindibles para que la posada no se inundase en días de lluvia como esos que, a juzgar por este detalle, podían ser bastante frecuentes - hasta llegar a la puerta de «El Dragón Cocido». Algo asombrado por la sagacidad del constructor de la posada, se dispuso a subir los escalones. Una vez allí, se agarró del armatoste metálico usado para llamar a la puerta y asestó dos golpes sobre la misma.


    - ¿Quién va? – preguntó el posadero al escuchar los golpes de Hathan, que sonaban fuertes en la puerta de madera maciza.
    - ¡Necesito hospicio…! – exclamó, agarrándose con firmeza al armatoste, pues el viento amenazaba con llevarse a Hathan por los aires. El posadero abrió la puerta.
    - Pero… ¡Por Dios! ¿En qué estás pensando saliendo con este tiempo? – el posadero, un hombre de unos cincuenta años bastante bien llevados, se apresuró a empujar a Hathan al interior de la posada con tal de que no se fuese el calor de la misma y no entrase el agua de lluvia que en ese momento caía racheada justamente hacia el interior de la misma.

    Una vez dentro, Hathan se dejó caer en el suelo de madera y por poco no cayó rondando por los escalones que daban entrada a la primera sala de la posada: Una taberna, circular, que podría cobijar tranquilamente a setenta y cinco personas, y con una chimenea en el extremo contrario al que Hathan en ese momento se encontraba.

    - Veo que no tienes fuerzas ni para responder, joven… - el viejo, viendo cómo Hathan se dejaba caer a plomo en el suelo, se dirigió hacia la cocina, de la cual sacó las sobras de la cena de esa misma noche: Una hogaza de pan, cuatro o cinco pedazos de carne seca y una jarra de cerveza aguada -. No tengo nada más que ofrecerte, y tampoco tengo habitaciones, por eso hoy dormirás en los establos. En un rato tendrás todo lo necesario: Un saco de heno en el que tumbarte y unas mantas para que no pases frío. Ya arreglaremos cuentas mañana por la mañana. Y ahora, usa las fuerzas que te queden para levantarte y sentarte en una silla y come – más que pedírselo, el posadero se lo ordenaba, por lo que Hathan no tuvo otra que obedecer ante la orden del viejo, que se introdujo nuevamente en la trastienda para sacar los sacos de heno y las mantas.
    Hathan una vez estuvo sentado en la mesa, a la cual había acudido casi a rastras, comenzó a devorar los alimentos que le ofreció el viejo, que respondía al nombre de Hans. Una vez hubo terminado, llevó el plato y la jarra a la barra, en la cual estaba el posadero, pasando un trapo por una jarra que ya parecía limpia, y acto seguido inclinó profundamente la cabeza en señal de reverencia.

    - Os doy mis más sinceros agradecimientos, prácticamente habéis salvado mi vida esta noche – declaró Hathan, con las manos apoyadas en la barra.
    - No hay de qué. Soy un posadero y mi deber es abrir la puerta a todo aquél que llame. Ahora ve a descansar, estoy seguro de que lo necesitas. Buenas noches.
    - Buenas noches, señor – se despidió Hathan, dirigiéndose a los establos. Curiosamente, supo dónde estaban sin indicaciones del posadero.
    En el establo, vio perfectamente el lugar donde debería dormir, pues Hans había encendido un pequeño fuego para indicárselo al hombre. Al lado del fuego había un cubo de agua, mas Hathan no lo empleó, simplemente apartó los maderos que aún estaban sanos y dejó que el fuego consumiera el resto, quedando las brasas para caldear escasamente el ambiente el poco tiempo. Hathan se tumbó en el heno y se tapó con la manta. «Mañana será otro día» pensó antes de dormirse.
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